
A Marcos del Ojo Barroso le debemos más de una alegría. Muchísimas más. No es de extrañar, llevando tanto tiempo con nosotros. Veinte años han pasado, ahí es nada, desde su debutjunto a Los Delinqüentes, “El sentimiento garrapatero que nos traen las flores”. Un álbum primerizo que llegó a vender más de 50.000 copias, alcanzando a ser Disco de Oro, de los de entonces. Aquella panda de jovenzuelos acuñó algo más que un sonido, un sentimiento: lo garrapatero. Y nos legaron un puñado de discos y canciones para el recuerdo, con mención especial para “La primavera trompetera”, convertida quince años después de su creación en himno generacional para miles de jóvenes de nuestro país. Basta oír cómo se dejan los pulmones coreándola encada concierto, en cada festival, para comprobar el poder de contagiar LA FELICIDAD, así en mayúsculas y en negrita, que tienen tanto la canción como la voz que le dio vida. No es la única perla en una carrera, la de El Canijo de Jerez, que parece engarzada con mano de orfebrería. Ahí están sus fantásticos años mozos con Los Delinqüentes, cuando unos chicos de barrio convirtieron su juventud, como dijo el poeta, en divino tesoro. O sus aventuras impredecibles con colegas como Kiko Veneno, Muchachito, Tomasito, Albert Pla o Juanito Makandé, entre otros, y bautizadas con nombres tan increíbles como G5, La Pandilla Voladora o Estricnina. O sus aplaudidos discos en solitario, cinco ya, cada cual más exitoso: “El nuevo despertar de la farándula cósmica” (2012), “La lengua chivata” (2014), “Manual de jaleo”(2018), Constelaciones de humo” (2020) y el reciente Ceniza y Barro (2023). Canciones, tantas y tan buenas, para llenar los baúles de una folclórica. O las maletas de una estrella del rock. Porque de carretera y manta también sabe lo suyo El Canijo de Jerez. Bruselas, Ámsterdam, Londres, México, Buenos Aires o New York han caído ya rendidas a sus infinitos encantos, a su rumba canalla y a ese sentimiento garrapatero que ha convertido enseña de identidad. Y este 2023, con nuevo disco bajo el brazo, El Canijo de Jerez vuelve a los escenarios. ¿Preparados para dejarnos el aliento en sus próximos conciertos?.
El propio artista es consciente del largo camino recorrido. “Ceniza y barro“ cierra el círculo mágico de cinco discos. Es un cenicero lleno de recuerdos, el último trago del coronel Kurtz”, nos confiesa. “Después de esto quizás me tome un necesario e indefinido descanso. Por eso tiene ese cierto aroma a despedida. Estoy muy agradecido por vuestra compañía todos estos añosde rumba y diversión. Pero este disco también es el camino escabroso hasta llegar a la cima y colocar la piedra de la libertad”. Quizás por esa conquista de la libertad, no duda en mirar atrás y regalarnos todo un viaje a sus orígenes. Porque su nuevo álbum posee la misma crudeza de sus inicios, aquellos donde predominaban la guitarra, las palmas, el cajón y, cómo no, el jaleo. “Sin tanta decoración, yendo a la raza”. Se podrá decir más alto, pero no más claro. No es casual que el disco se abra con “Empezar de cero”, toda una declaración de principios en dos minutos de vibración pura y con un estribillo arrebatador,
de esos que son ya marca de la casa. Le siguen otras once canciones como puños, directas, como si El Canijo nos retara en el ring como un peso pluma, haciendo honor a su nombre. La sinceridad que asoma por cada uno de los surcos de este “Ceniza y barro” es tal que nos muestra al artista en todas sus caras, todas sus vertientes. Igual ajusta cuentas con la realidad que nos rodea —“hay más artistas que aficionados”, canta en “La plaga moderna” — que se pone más romántico que nunca en flechazos instantáneos dignos de Cupido como “Nuestra primavera”, “Veneno en el aire” o, tomen nota del mejor consejo que nos brindarán este maltrecho año, “El amor hay que regarlo todos los días”. Y todo, ojo, sin perder esa facilidad pasmosa que tiene el andaluz para conjugar con soltura en su música y en sus letras nuestra cultura pop: lo mismo te saca a Salinger a colación que le guiña el ojo a la añorada María Jiménez. Y lo hace con esa libertad siempre tan suya. Así es nuestro hombre. Arriquitaun.
Claro que no está solo, vuelve a estar aquí bien arropado por esa Banda Magnética que se han convertido en familia con el paso de los años y los conciertos: Pepe Frías al bajo, Manuel Cabrales a la batería, y Pedro Pimentel y Marcos Munné a las guitarras. Un grupo salvaje que haría las delicias de Peckinpah. La pandilla maravilla y el maestro de la pista. Bienvenidos a “Ceniza y barro”. ¡El show está asegurado!